La revolución liberal burguesa supuso la transformación de la sociedad estamental en la actual sociedad de clases. La sociedad ya no se divide en estamentos cerrados, definidos jurídicamente y con derechos y obligaciones diferentes, sino que todos los individuos son ciudadanos iguales ante la ley. A partir de este momento, el único criterio importante de división social es el económico, que permite clasificar a la población bien por su nivel de renta (clases altas, medias o bajas) o bien por su papel en el proceso de producción (burguesía industrial, clase obrera, oligarquía terrateniente, jornaleros, etc.). Además, las clases sociales son abiertas y la movilidad vertical viene determinada por los cambios en la situación económica del individuo.
Clases dirigentes
La pequeña nobleza, una vez perdidos sus privilegios, se deterioró económica y socialmente. La gran nobleza también perdió sus privilegios, pero conservó la mayoría de sus tierras en forma de propiedad privada y adquirió nuevas tierras durante las desamortizaciones, por lo que se incrementó su poder económico. A finales del siglo XIX, el carácter rentista de la nobleza y su costoso estilo de vida, forzó a esta élite al endeudamiento y a la cesión de parte de sus tierras, por lo que el patrimonio nobiliario decreció, viéndose superado por las fortunas burguesas (muchos nobles optaron por emparentarse con burgueses).
La revolución liberal fue formando una burguesía, grupo dinámico ligado a las operaciones comerciales y financieras. Durante el siglo XIX, activos grupos de negociantes liberales fueron los inversores en Deuda Pública y en la Bolsa (especialmente con el ferrocarril), logrando engrandecer sus fortunas. Gran parte de esta burguesía, en lugar de sentirse atraída por la inversión industrial, consiguieron tierras provenientes de la desamortización y se convirtieron en rentistas. La burguesía industrial (limitada a Cataluña y País Vasco, únicas regiones industriales), se preocupó por conseguir del Estado políticas proteccionistas para sus productos. Su escaso número y poder económico en comparación con la burguesía terrateniente, dificultó la implantación de una sociedad industrial en lugar de una burguesía terrateniente El peso de los terratenientes consolidó un modelo rentista, en lugar del modelo emprendedor del burgués industrial (abundante en otros países). Se constituye así una oligarquía terrateniente, industrial y financiera que se erigió en clase dominante del nuevo régimen liberal.
La clase media era un conglomerado que agrupaba a propietarios, comerciantes, pequeños fabricantes, profesionales liberales (abogados, notarios, arquitectos, médicos,...) y empleados públicos (maestros, oficinistas,...), cuya riqueza era muy inferior a la de las clases dirigentes. Las clases medias pretendían imitar el estilo de vida de los grupos poderosos, y compartían sus formas de ocio y nivel de instrucción. Eran conservadoras y defendían la propiedad. El peso de la Iglesia siguió siendo muy importante, a pesar de que sectores liberales demandaban una laicización de la sociedad y las clases trabajadoras eran anticlericales (al asociar la Iglesia con los grupos poderosos).
Clases populares
Abarca los grupos desfavorecidos durante la revolución liberal: grupos urbanos, artesanos, campesinos pobres, jornaleros sin tierras y el proletariado. Las clases bajas urbanas estaban formadas por mozos de comercio y pequeños tenderos (empleados de limpieza, alumbrado, transporte, administración, comercio,...) que bordeaban el límite entre las clases medias y las populares.
Las desamortizaciones no alteraron la estructura de la propiedad de la tierra y la tierra se volvió a concentrar en pocas manos. Los nobles conservaron sus tierras en Castilla-La Mancha, Andalucía y Extremadura. La situación del campesinado era compleja; existía el pequeño propietario, el arrendatario, y el jornalero sin tierras. La reforma agraria dio lugar a un amplio grupo de campesinos sin tierra (o parcelas pequeñas) que vivían como jornaleros. Su presencia era predominante en la zona del latifundio (Sur del Tajo).
El proletariado surge con la nueva organización del trabajo producida por el proceso de industrialización. El limitado proceso de industrialización en España supuso que el número de obreros fuese menor que en Europa, concentrándose en Cataluña y aumentando su presencia a medida que la industrialización se expandía a otras zonas (País Vasco, Asturias, Valencia,...). Las jornadas laborales eran de 12 a 14 horas (todos los días del año) en establecimientos insalubres. Mujeres y niños eran habitualmente empleados en las fábricas (cobraban un salario inferior al de los hombres). Esta precaria situación explica la aparición de los movimientos obreros.