Durante la época de la Restauración se produjo una expansión extraordinaria de la acción del movimiento obrero español debido a la progresiva industrialización y la consolidación del capitalismo. De esta manera creció la importancia social y numérica de la clase obrera cuyas formas de actuación cristalizaron en la formación de asociaciones obreras, esto es sindicatos y/o de partidos políticos. Por otra parte, en sintonía con la división del movimiento obrero internacional, en España los socialistas y los anarquistas se fueron organizando por separado. Y, a partir de 1879, aparecieron también las organizaciones católicas, canalizadas por los jesuitas.
El movimiento anarquista
El anarquismo fue la corriente mayoritaria dentro del movimiento obrero español. Sus principales focos estaban en el campo andaluz y en el proletariado urbano catalán. Sin embargo, la corriente anarquista se atomizó en múltiples tendencias, entre las cuales destacó la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE) creada en 1881. Por su falta de disciplina interna, sus sistema asambleario, su apoliticismo y su implantación en todos los ámbitos laborales fue el sindicato con mayor número de afiliados. Los principales rasgos ideológicos que definían a los anarquistas eran:
- Defensa de la revolución violenta y del recurso a huelgas generales, insurrecciones, sabotajes y actos terroristas como medios para destruir el Estado burgués capitalista opresor y liberar a la humanidad de la explotación (asesinato de Cánovas del Castillo).
- Rechazo del juego político y de la participación en elecciones, consideradas un engaño. Además, dentro de sus filas, empezó a ganar adeptos, tanto entre los campesinos como entre los obreros, la violencia terrorista o de la «propaganda por el hecho». Los años noventa fueron ricos en esta práctica, dentro de un círculo vicioso: atentado, represión con fusilamientos, nuevo atentado como represalia anarquista y nueva represión.
- Rechazo de cualquier autoridad impuesta, defensa utópica de la autonomía individual total y abolición del Estado con todas sus instituciones (gobierno, ejército, policía, etc.)
- Supresión de la propiedad privada y defensa del colectivismo, entendido como articulación armónica de pequeñas unidades económicamente autosuficientes donde la propiedad de los factores y medios de producción (tierra, máquinas, capital) sería colectiva.
- Anticlericalismo, negación de la religión y de la Iglesia.
El movimiento socialista
La corriente marxista del movimiento obrero se organizó en 1879 alrededor de un pequeño núcleo de trabajadores de imprenta madrileños (Pablo Iglesias) seguidores de las doctrinas de Marx y Engels que decidieron pasar a la acción y constituir en 1879 el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Aprovechando la Ley de Asociaciones de 1887 y la mayor concentración obrera de Cataluña se creó en 1888 la Unión General de Trabajadores (UGT), que, aunque estatutariamente independiente del Partido Socialista, estaba inspirada por él. Las ideas básicas del programa socialista eran:
- Transformación de la propiedad individual en propiedad social o de la sociedad entera.
- Posesión del poder político por la clase proletaria.
- Rechazo del terrorismo, esa "política demoledora", de los anarquistas que era considerada por los socialistas una falsa vía para la liberación de los trabajadores.
- El objetivo de los socialistas era la revolución, la toma del poder de forma violenta por la clase proletaria. Pero hasta que llegara el momento oportuno de llevarla a cabo era preciso atravesar una larga fase de organización y propaganda, durante la cual la lucha del PSOE debería ser pacífica y legal, participando en el juego político y presentándose a las elecciones, más que para ganar votos, para difundir el mensaje marxista, ya que la clase trabajadora sólo triunfaría cuando fuera más fuerte.
En cualquier caso, tanto el PSOE como la UGT fueron hasta inicios del siglo XX grupos minoritarios, en comparación con los anarquistas.
Los sindicatos católicos
En 1879 el jesuita Antonio Vicent fundó los Círculos Católicos, a imitación de los Círculos obreros franceses. En la práctica eran casinos populares, para apartar a los obreros de la taberna, y contaban con el apoyo de los patrones. Pero su implantación fue muy escasa debido sobre todo a su «amarillismo» –término derivado del color de la bandera del Vaticano–, es decir, su actitud colaboracionista hacia los patronos y opuesta a los sindicatos obreros reivindicativos.