España inició su penetración en el norte de áfrica con la Conferencia Internacional de Algeciras (1906) y el Tratado Hispano-francés (1912), donde España obtuvo el reconocimiento internacional a sus derechos sobre el norte de Marruecos. Bajo el influjo de Gran Bretaña (que deseaba limitar la presencia francesa en el norte de áfrica) se estableció un protectorado franco-español en Marruecos (a España se le concedió la franja norte, el Rif, y los enclaves atlánticos Ifni y Río de Oro). El interés español por esta zona era por los beneficios económicos y por la voluntad política de restaurar el prestigio militar tras la pérdida del imperio ultramarino. La presencia española en esta zona estuvo contestada por las tribus bereberes mediante constantes ataques de los rifeños, los cuales obligaron a mantener un fuerte contingente militar.
La cuestión de Marruecos provocó el descontento popular a causa de los reclutamientos forzosos de tropas para una guerra que sólo interesaba a un sector del ejército como forma de recuperar el prestigio profesional perdido y a los capitalistas interesados en la explotación de las minas de hierro del Rif. Si el sistema de reclutamiento {Hasta el establecimiento del servicio militar obligatorio en 1912, aquellos individuos que tenían dinero se podían librar de la incorporación a filas, mediante el pago de una cuota. Por tanto, eran las clases bajas las que sufrían, en realidad, los estragos de la guerra. Esto explica el antimilitarismo popular.}y la guerra ya eran impopulares, el envío de los reservistas fue la chispa que provocó un importante movimiento de protesta que se inició en el puerto de Barcelona (1909, mientras se realizaba el embarque de tropas a Marruecos). La revuelta, conocida como Semana trágica de Barcelona, se prolongó durante una semana. Se constituyó un comité de huelga (con participación republicana, socialista y anarquista) que hizo un llamamiento a la huelga general. ésta acabó siendo un estallido espontáneo de las tensiones sociales acumuladas que multiplicó los incidentes callejeros (se levantaron barricadas, hubo enfrentamientos con las fuerzas del orden y un sentimiento anticlerical desembocó en el ataque a iglesias). Las autoridades respondieron declarando el estado de guerra y enviando refuerzos. Hubo heridos y muertos, por lo que el movimiento se radicalizó y derivó en una insurrección descontrolada. Cuando el ejército puso fin a la revuelta, la represión fue muy dura y numerosos anarquistas fueron responsabilizados arbitrariamente. Centenares fueron detenidos y 5 ejecutados (entre ellos Francisco Ferrer y Guardia, anarquista y fundador de la Escuela Moderna). Esta ejecución levantó una ola de protesta internacional que provocó la dimisión del presidente del Gobierno, el conservador Maura.
La impopularidad de la guerra aumentó con el desastre de 1921. En julio de 1921 el general Silvestre, gobernador de Melilla, llevó a cabo una imprudente campaña para ocupar la zona que separaba Ceuta de Melilla. Las tropas españolas sufrieron una desastrosa derrota en Annual frente a los rifeños dirigidos por Abd-el-Krim. Murieron más de 12.000 soldados y cayeron prisioneros otros 4.000. En la península el desastre tuvo un enorme efecto sobre la opinión pública. El gobierno, nuevamente, cayó. Socialistas y republicanos no desaprovecharon la ocasión de atacar al régimen, apuntando directamente a la figura del rey como responsable último y por su conocimiento y aprobación de los hechos. Se exigieron responsabilidades políticas, iniciándose una investigación (Expediente Picasso) en que varios mandos militares y varios políticos fueron acusados de negligencia. Socialistas y republicanos acusaron incluso al rey Alfonso XIII. Pero el informe de la comisión parlamentaria no llegó a ser conocido ya que lo impidió el golpe de estado del general Primo de Rivera en 1923. Será este general el que tras el desembarco de Alhucemas (1925), en una contundente actuación militar conjunta hispano-francesa, derrotó a Abd el Krim. La consecuencia inmediata fue la rendición del líder rifeño que despejó el camino para la finalización de la guerra dos años después (1927). Este fue, sin duda, el mayor éxito que se apuntó el dictador, ya que satisfizo la demanda generalizada de acabar con la guerra y elevó al mismo tiempo el prestigio de los militares africanistas.