A lo largo de los siglos IV y V tuvieron lugar las "grandes invasiones" protagonizadas por los llamados pueblos bárbaros, los cuales irrumpieron en el Imperio romano, acelerando de esa forma su caída. La península Ibérica fue finalmente ocupada por los visigodos.
Los visigodos se asentaron definitivamente en la península en el año 507. Durante los siglos VI y VII el estado visigodo unificó territorialmente la Península y estableció su capital en Toledo. Durante todo el tiempo de presencia visigoda en Hispania, éstos tuvieron que hacer frente a estos graves problemas:
- La difícil convivencia entre las dos comunidades, la hispanorromana conquistada y mayoritaria (unos cuatro millones) y la germana conquistadora y minoritaria (no más de 300.000 personas), que generará problemas de convivencia
- Intensificación de las tendencias económicas iniciadas en el Bajo Imperio: ruralización, latifundismo y economía cerrada.
- En el plano social, se reforzaron las relaciones de tipo personal, pues a las relaciones de dependencia de origen romano, se añadió la ancestral costumbre germánica del juramento de fidelidad del guerrero a su jefe. Se originó por tanto, una situación muy próxima al feudalismo con la aparición de una minoría de nobles latifundistas que aspiraban a convertir sus heredades en autónomas respecto al poder del rey.
La monarquía visigoda era electiva y la designación del rey dependía de los magnates (Nobleza). Además el poder del rey estaba limitado por esa misma nobleza. Este control que los poderosos ejercían sobre la realeza se hacía evidente en estas dos instituciones: El Aula Regia: asamblea de carácter consultivo, integrada fundamentalmente de la nobleza y el Officium Palatinum: también formado por la nobleza de mayor confianza del rey.
Por otro lado, los reyes visigodos tuvieron que hacer frente al hecho de que los visigodos vencedores constituyeran una población cercana a las 100.000 personas y los hispanorromanos vencidos fueran unos 4 ó 5 millones, lo cual planteaba un problema en la convivencia entre ambas etnias. Las continuas disputas entre los clanes visigodos y la nobleza hispanorromana condujeron a los reyes a llevar a cabo un proceso de unificación para conseguir la fusión de ambas comunidades.
La medida unificadora más importante fue la unión religiosa llevada a cabo por Recaredo. En el III Concilio de Toledo (589), Recaredo abandonó el arrianismo con todo su pueblo y aceptó el catolicismo como religión oficial del reino. Esta medida fue más política que religiosa, pues de este modo consiguió para la monarquía el apoyo tanto de la aristocracia hispanorromana como de la cada vez más poderosa Iglesia. Finalmente Recesvinto promulgó un único código para ambos pueblos: el Liber Iodiciorum o Fuero Juzgo.
Tras la conversión al catolicismo de los visigodos los Concilios de Toledo (hasta entonces asambleas eclesiásticas) integraron al rey, la nobleza y la Iglesia, y tuvieron carácter de asamblea legislativa, por lo que se convocaban cada vez que debía tratarse un asunto importante que afectaba a la monarquía. Los obispos se convierten desde ese momento en verdaderas autoridades del reino y pasan a desempeñar competencias en asuntos sociales, fiscales y judiciales que desbordan el mero ámbito de la fe.
Cuando Recaredo reconoció el catolicismo como religión oficial obtuvo para la monarquía el apoyo fundamental de la Iglesia. Pero ésta, en contrapartida, se convirtió en el nuevo árbitro de la situación política; en lo sucesivo apoyaría al monarca siempre que actuara de acuerdo a sus intereses.
Por otra parte, la Iglesia católica había acumulado un gran patrimonio territorial, por lo que sus intereses coincidían con los de la nobleza visigoda e hispanorromana. Iglesia y nobleza, por tanto, pretendían impedir el establecimiento de una monarquía fuerte y centralizada que pudiera limitar su poder. La debilidad de la corona se veía agravada aún más por su carácter electivo, que propiciaba las ambiciones políticas entre bandos nobiliarios.
También en lo cultural, la nota distintiva fue su estrecha dependencia de la Iglesia. Sin duda la figura más relevante de todo este periodo que contribuyó fue San Isidoro de Sevilla. Ningún campo del saber escapaba a la curiosidad de Isidoro, y así lo dejó reflejado en su monumental Etimologías.
En suma, a pesar de la debilidad de los reyes, los visigodos llegaron a construir un Estado aparentemente unificado que dio lugar a la aparición de un cierto nacionalismo hispano. Es en esta época visigoda cuando nace también la idea de España. Sus límites geográficos ya habían sido establecidos en tiempos de Roma, pero es ahora cuando, sobre todo mediante los escritos de san Isidoro de Sevilla, se empieza a difundir una noción nacional más allá de las fronteras peninsulares. El goticismo, la tesis del reino “godo” como antecedente de la monarquía astur-leonesa de los siglos IX a XIII y raíz, por tanto, de la idea de recuperación de la Península tras la invasión musulmana tuvo vigencia recurrente en visiones sustantivas de la historia de España.