06 Las migraciones

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1. Introducción: Conceptos fundamentales y tipos de migraciones

Los movimientos migratorios, es decir, los desplazamientos de población que implican un cambio de residencia desde un lugar de origen a otro de destino, constituyen un fenómeno demográfico de enorme trascendencia a lo largo de la historia de la humanidad [1]. Para analizar este proceso con rigor, es imprescindible definir con precisión una serie de conceptos fundamentales. Hablamos de emigración para referirnos a la salida de población desde un territorio, mientras que la inmigración alude a la llegada de población a dicho territorio [2]. La diferencia entre el número de inmigrantes y el de emigrantes en un lugar y periodo determinado se conoce como saldo migratorio. Si el número de inmigrantes supera al de emigrantes, el saldo es positivo, lo que contribuye al crecimiento de la población; si ocurre lo contrario, el saldo es negativo y la población decrece [3].

Las migraciones son un fenómeno complejo y heterogéneo, por lo que se pueden clasificar atendiendo a diversos criterios. Según la duración de la estancia en el lugar de destino, las migraciones pueden ser temporales, cuando el individuo tiene la intención de regresar a su lugar de origen tras un periodo de tiempo (como los trabajadores estacionales), o permanentes, cuando el traslado se realiza con la intención de establecerse en el destino de forma definitiva [4].

Atendiendo a las causas que motivan el desplazamiento, se distingue entre migraciones voluntarias y forzosas. Las primeras responden a una decisión libre del individuo, generalmente impulsada por la búsqueda de mejores oportunidades económicas o personales. Las segundas, en cambio, se producen cuando las personas se ven obligadas a abandonar su lugar de residencia por situaciones de fuerza mayor, como guerras, persecuciones políticas o religiosas, o desastres naturales. Dentro de esta última categoría se encuentra la figura del refugiado, persona que ha cruzado una frontera internacional buscando protección porque su vida o libertad están en peligro en su país de origen [5].

Finalmente, según el destino del desplazamiento, las migraciones se clasifican en interiores (o nacionales), si se producen dentro de las fronteras de un mismo Estado, y exteriores (o internacionales), cuando suponen el cruce de una frontera estatal [2]. Ambos tipos de migraciones han tenido y tienen una importancia capital en la configuración demográfica, social y territorial de España.

2. Factores y causas de los movimientos migratorios

La decisión de migrar raramente obedece a una única causa; por lo general, es el resultado de una compleja combinación de factores que actúan de forma simultánea. Estos factores se suelen agrupar en dos categorías: los de expulsión (o push factors), que son las circunstancias negativas que incitan a una persona a abandonar su lugar de origen, y los de atracción (o pull factors), que son las condiciones positivas que hacen atractivo un determinado destino [6].

Entre los principales factores de expulsión podemos destacar los siguientes. En el ámbito demográfico y económico, el exceso de población que genera una fuerte presión sobre los recursos, la falta de oportunidades laborales, el elevado desempleo, los bajos salarios o las crisis económicas estructurales son algunos de los motivos más comunes que fuerzan a la población a buscar un futuro mejor en otro lugar [7]. A estos se suman los factores sociales y políticos, que incluyen desde la persecución por motivos ideológicos, religiosos o de orientación sexual, hasta la violencia generalizada provocada por guerras y conflictos armados, así como la ausencia de un estado de derecho que garantice las libertades y la seguridad de los ciudadanos [8]. Finalmente, los factores naturales o ecológicos, como sequías, inundaciones, terremotos o los efectos del cambio climático, también pueden provocar desplazamientos masivos de población al hacer inhabitable su entorno [9].

Por otro lado, los factores de atracción son el contrapunto de los anteriores y operan como un imán para los potenciales migrantes. Los más importantes suelen ser los económicos, como la existencia de una fuerte demanda de mano de obra en el país de destino, la promesa de salarios más altos y la posibilidad de desarrollo profesional [7]. También juegan un papel crucial los factores sociales, como la existencia de sistemas sanitarios y educativos de calidad, mayores niveles de bienestar, la presencia de redes familiares o comunitarias que facilitan la integración, y la posibilidad de la reagrupación familiar [6]. Asimismo, la estabilidad política, un marco de libertades y derechos consolidados y la seguridad jurídica son potentes focos de atracción que ofrecen a los inmigrantes la esperanza de una vida más segura y digna [8].

Es importante subrayar que la decisión final de migrar suele ser el resultado de una evaluación personal que sopesa las circunstancias negativas del origen frente a las oportunidades percibidas en el destino, un proceso en el que la información disponible y las redes personales desempeñan un papel fundamental [10].

3. Las migraciones interiores en España: evolución histórica y tendencias actuales

Las migraciones interiores han sido un factor clave en la configuración demográfica y territorial de la España contemporánea. Su evolución se puede dividir en dos grandes etapas: el éxodo rural tradicional, que dominó hasta la década de 1970, y los nuevos patrones migratorios que surgieron a partir de entonces [11].

El éxodo rural tradicional fue el movimiento de población más importante de la historia reciente de España. Se inició de forma paulatina en la segunda mitad del siglo XIX, pero alcanzó su máxima intensidad entre 1950 y 1975 [12]. Las causas de este desplazamiento masivo fueron, por un lado, la modernización de la agricultura, que redujo la necesidad de mano de obra en el campo, y por otro, el auge de la industria y los servicios en las ciudades, que ofrecían nuevas oportunidades laborales y un modo de vida más atractivo [13]. Los flujos migratorios partieron fundamentalmente de las regiones del interior peninsular (Castilla y León, Castilla-La Mancha, Extremadura, Aragón y la Andalucía interior) y se dirigieron hacia las áreas industriales de Cataluña, el País Vasco y, sobre todo, Madrid. También fueron focos de atracción importantes el arco mediterráneo y las Islas Baleares, impulsados por el desarrollo turístico [12].

Las consecuencias de este proceso fueron profundas y duales. Para las zonas de origen, supuso una auténtica sangría demográfica, que provocó el despoblamiento de miles de municipios, el envejecimiento de la población y el abandono de actividades agrarias, sentando las bases del fenómeno hoy conocido como la "España vaciada" [14]. Para las zonas de destino, significó un crecimiento urbano acelerado y a menudo caótico, con el surgimiento de barrios periféricos de infravivienda, pero también un rejuvenecimiento de su estructura demográfica y un gran dinamismo económico al disponer de abundante mano de obra [13].

A partir de la crisis económica de 1975, el modelo del éxodo rural se agotó y las migraciones interiores cambiaron de naturaleza. En la actualidad, los patrones son más diversos y complejos. Aunque los saldos migratorios siguen siendo positivos para Madrid, Cataluña y las zonas costeras del Mediterráneo, han surgido nuevas tendencias [15]. Predominan las migraciones de carácter residencial, que implican traslados desde los centros de las grandes ciudades hacia las coronas metropolitanas en busca de viviendas más asequibles y mayor calidad de vida. También son relevantes las migraciones laborales entre comunidades autónomas, a menudo protagonizadas por personas con un nivel de cualificación medio o alto que se desplazan hacia las regiones económicamente más dinámicas. Finalmente, se observa un tímido movimiento de retorno neorrural, aunque de carácter minoritario, y un gran incremento de la movilidad pendular diaria por motivos de trabajo, que si bien no es una migración propiamente dicha, define la articulación funcional del territorio [16].

4. Las migraciones exteriores de España: de país de emigrantes a receptor de inmigrantes

Históricamente, España fue un país de emigrantes. Este fenómeno se desarrolló en dos grandes etapas. La primera, desde mediados del siglo XIX hasta la crisis de 1929, fue una emigración transoceánica dirigida principalmente a América Latina [17]. Millones de españoles, sobre todo gallegos, asturianos y canarios, partieron hacia países como Argentina, Cuba, México o Brasil, huyendo de la crisis agraria y buscando nuevas oportunidades. La segunda gran oleada tuvo lugar entre 1950 y 1975, en pleno desarrollismo franquista. En esta ocasión, la emigración se dirigió a los países industrializados de Europa Occidental, como Francia, Alemania y Suiza, que necesitaban mano de obra para su reconstrucción y expansión económica [18]. Esta emigración tuvo importantes consecuencias para España: por un lado, alivió la presión demográfica y las altas tasas de paro, y por otro, las remesas (el dinero enviado por los emigrantes a sus familias) se convirtieron en una fuente de financiación crucial para la economía española [19].

Este patrón histórico cambió de forma drástica a partir de la década de 1990. Con la consolidación de la democracia y un fuerte crecimiento económico, España invirtió su papel y se transformó en un país receptor de inmigrantes. El boom inmigratorio se produjo especialmente entre 1995 y 2008, un periodo en el que la población extranjera residente en España se multiplicó exponencialmente, atraída por la fuerte demanda de mano de obra en sectores como la construcción, la agricultura intensiva, la hostelería y el servicio doméstico [20]. Los inmigrantes llegaron desde una gran variedad de lugares: de América Latina (principalmente de Ecuador, Colombia y Bolivia), aprovechando la afinidad cultural y lingüística; del Norte de África (especialmente de Marruecos), por la proximidad geográfica; de la Europa del Este (como Rumanía y Bulgaria), tras su incorporación a la UE; y también de la Europa comunitaria (Reino Unido y Alemania), con un perfil de jubilados que se instalan en la costa mediterránea [21].

La crisis económica de 2008 supuso un punto de inflexión. Se frenó bruscamente la llegada de inmigrantes y aumentaron los retornos a los países de origen. Al mismo tiempo, surgió un nuevo fenómeno: la "nueva emigración" de españoles. A diferencia de la emigración histórica, esta nueva corriente estaba protagonizada por jóvenes con un alto nivel de cualificación (universitarios, científicos, técnicos), que ante la falta de oportunidades en España buscaron un futuro profesional en otros países de Europa. Este fenómeno, a menudo denominado "fuga de cerebros", ha supuesto una importante pérdida de capital humano para el país [22]. En los últimos años, con la recuperación económica, España ha vuelto a registrar saldos migratorios positivos, consolidándose como una sociedad estructuralmente multicultural [23].

5. Consecuencias de las migraciones

Las migraciones generan profundas transformaciones de diversa índole. Sus efectos deben analizarse desde una doble perspectiva: la del país de origen del emigrante y la del país de destino que lo acoge.

Desde el punto de vista demográfico, para los países receptores como España, la inmigración ha sido un factor clave para contrarrestar el envejecimiento poblacional. La llegada de población joven en edad fértil ha contribuido a aumentar la tasa de natalidad y a rejuvenecer la base de la pirámide de población [24]. En cambio, para los países de origen, la emigración masiva de jóvenes supone una pérdida de capital demográfico, lo que acelera su propio proceso de envejecimiento y puede generar desequilibrios en la estructura por sexos [25].

En el plano económico, los inmigrantes suelen incorporarse a la población activa, contribuyendo con su trabajo al crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) y con sus cotizaciones al sostenimiento del estado del bienestar, especialmente al sistema de pensiones [26]. A menudo, ocupan puestos de trabajo poco demandados por la población autóctona, cubriendo nichos esenciales del mercado laboral. Para los países de origen, la principal consecuencia económica positiva es la recepción de remesas, el dinero que los emigrantes envían a sus familias, que en muchos casos representa una de las principales fuentes de divisas del país y un motor para el consumo y la inversión local [27]. La contrapartida negativa es la pérdida de capital humano, especialmente grave cuando se trata de emigración cualificada o "fuga de cerebros" [22].

Las consecuencias sociales y culturales son también muy significativas. La llegada de personas de diferentes culturas convierte a las sociedades receptoras en espacios más plurales y cosmopolitas, lo que supone un notable enriquecimiento cultural (gastronómico, musical, lingüístico, etc.). Sin embargo, este proceso no está exento de desafíos. La gestión de la diversidad puede generar tensiones sociales y la aparición de actitudes racistas o xenófobas, así como problemas de segregación espacial o dificultades de integración si no se implementan políticas adecuadas [28].

Finalmente, existen importantes consecuencias territoriales. En las zonas de destino, la inmigración impulsa la concentración de la población en las grandes ciudades y áreas costeras, aumentando la presión sobre la vivienda, los servicios públicos (sanidad, educación) y las infraestructuras [29]. En las zonas de origen, especialmente en el mundo rural, la emigración se traduce en despoblación y abandono del territorio, con la consiguiente alteración del paisaje y la pérdida de patrimonio cultural [14].

6. La política migratoria en España y en la Unión Europea

La gestión de los flujos migratorios se articula a través de un conjunto de leyes y políticas que buscan ordenar la llegada y residencia de extranjeros, así como promover su integración en la sociedad de acogida. En el caso de España, esta política está fuertemente condicionada por su pertenencia a la Unión Europea.

A nivel nacional, el principal instrumento legal es la Ley Orgánica sobre Derechos y Libertades de los Extranjeros en España y su Integración Social, más conocida como la Ley de Extranjería [30]. Esta ley regula las vías de entrada y los requisitos para la residencia y el trabajo de los ciudadanos no comunitarios. Sus pilares fundamentales son, por un lado, el control de los flujos migratorios, estableciendo diferentes tipos de visados y permisos en función del motivo del desplazamiento (trabajo, estudios, reagrupación familiar), y por otro, la lucha contra la inmigración irregular. Al mismo tiempo, la ley reconoce un catálogo de derechos y deberes para los inmigrantes, incluyendo el acceso a servicios básicos como la sanidad y la educación, y establece un marco para las políticas de integración social [31].

La política migratoria española no puede entenderse sin el marco de la Unión Europea. Al formar parte del Espacio Schengen, España ha suprimido sus fronteras interiores con la mayoría de los países de la UE, lo que implica la necesidad de una gestión coordinada y un refuerzo de las fronteras exteriores del conjunto de la Unión [32]. En este control fronterizo juega un papel esencial la agencia Frontex (Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas), que colabora con las fuerzas nacionales en la vigilancia y gestión de dichas fronteras [33].

Además, la UE intenta desarrollar una política común en materia de inmigración y asilo. El reciente Pacto sobre Migración y Asilo busca establecer un sistema más coordinado y solidario entre los Estados miembros para gestionar tanto la inmigración regular como las solicitudes de asilo, aunque su implementación y el grado de acuerdo entre los países siguen siendo un desafío político de primer orden [34]. El objetivo es combinar la gestión eficaz de las fronteras con el respeto a los derechos humanos y un reparto más equitativo de las responsabilidades entre los socios comunitarios.

7. Conclusión: Retos actuales y perspectivas de futuro

A lo largo de este tema hemos podido constatar la enorme importancia de los movimientos migratorios en la configuración de la realidad demográfica, social y territorial de España. El país ha experimentado una transformación histórica radical, pasando en apenas unas décadas de ser una tierra de emigrantes a convertirse en uno de los principales focos de inmigración de Europa.

Este proceso ha tenido consecuencias de gran calado. Por un lado, la inmigración ha supuesto un vital impulso demográfico que ha permitido rejuvenecer la población y sostener el crecimiento económico durante años. Por otro, ha dado lugar a una sociedad mucho más diversa y multicultural, cuyo principal reto es garantizar la plena integración social y laboral de los nuevos vecinos, evitando la exclusión y fomentando la cohesión.

De cara al futuro, España se enfrenta a desafíos cruciales en los que la migración jugará un papel central. En primer lugar, la gestión del envejecimiento demográfico, uno de los más acusados de Europa, seguirá dependiendo en gran medida de los flujos migratorios para mantener el equilibrio del sistema de bienestar. En segundo lugar, será necesario articular políticas efectivas para atraer y retener talento cualificado, revirtiendo la "fuga de cerebros" y adaptándose a las necesidades de un mercado laboral en constante cambio. Finalmente, en el marco de la Unión Europea, el reto consistirá en desarrollar una política migratoria común que sea a la vez solidaria, humanitaria y eficaz en la gestión de sus fronteras exteriores.

En definitiva, las migraciones son y seguirán siendo un fenómeno estructural en el siglo XXI, y de su correcta gestión dependerá en buena medida el futuro de la sociedad española.

Fuentes y Referencias

  1. Organización Internacional para las Migraciones (OIM). (s.f.). Definiciones fundamentales. Publicaciones de la OIM.
  2. Instituto Nacional de Estadística (INE). (s.f.). Metodología de la Estadística de Migraciones y Cambios de Residencia.
  3. Puyol, R., y Abellán, A. (1993). La población española. Editorial Síntesis.
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  5. ACNUR. (1951). Convención sobre el Estatuto de los Refugiados.
  6. Lee, E. S. (1966). A Theory of Migration. Demography, 3(1), 47-57.
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