En los primeros años el franquismo impuso un control social e ideológico, donde la Iglesia tuvo una gran influencia y se hizo del catolicismo el fundamento principal de la ideología del régimen y de la educación. Por su apoyo recibió privilegios y el control de la enseñanza. Por otro lado, se produjo una vuelta al campo de la población (debida a las dificultades de la vida en la ciudad derivadas de la guerra), ante la cual el régimen ensalzó el valor de la vida sencilla. Se crearon organizaciones de encuadramiento ideológico de afiliación obligatoria (Frente de Juventudes y Sección femenina de la FET y JONS). Se impuso una férrea censura y se introdujeron en la enseñanza clases de Formación del Espíritu Nacional.
Los cambios económicos de los años 50 y primeros 60 comportaron cambios en la sociedad que supusieron una apertura cultural que debilitó al régimen. Aumentó la población (especialmente urbana) debido al incremento de la natalidad. Estos cambios son:
Cambios de la estructura social
Los avances económicos propiciaron la aparición de una gran masa de obreros industriales (que dará lugar a un nuevo movimiento obrero), el aumento de las clases medias y de la burguesía urbana (prácticamente inexistente hasta entonces). La población rural descendió y sólo perduró la figura del jornalero en Andalucía y Extremadura.
Cambios en el comportamiento
La generalización de la enseñanza provocó cambios en las pautas culturales, la drástica reducción del analfabetismo y el aumento de universitarios (que, junto con la entrada de publicaciones clandestinas, aumentaron la información del exterior). La familia aumentó su movilidad y los hogares se equiparon con electrodomésticos y coche.
En la segunda mitad de los sesenta la sociedad española comenzó su cambio más trascendental. Lentamente la concentración de población en las grandes ciudades fue variando el modo de vida y la mentalidad, sobre todo de las nuevas generaciones que accedían a las comodidades y medios de comunicación muy distintos a los de la España de la posguerra.
Hubo un espectacular crecimiento de la natalidad favorecido por el régimen. Se multiplicaron el número de escuelas e institutos, entre otras razones, para dar una formación media a los trabajadores ante las nuevas necesidades de la industria. Las universidades se llenaron de estudiantes, al tiempo que se surgían los movimientos de oposición estudiantil. Otro de las novedades de este periodo fue la lenta incorporación de la mujer al mundo laboral.
Una nueva sociedad genera una nueva mentalidad. La destrucción del mundo tradicional agrario, el éxodo a las grandes ciudades, el debilitamiento de las estructuras de los clanes familiares tradicionales, la difusión de las novedades de Europa, el turismo, el acceso a la educación y la información (TV, emisoras ilegales de radio...), las nuevas tendencias del catolicismo provocaron un cambio de mentalidad de la sociedad española, sobre todo en las clases medias.
El coche (SEAT 600), se convirtió en el símbolo de la sociedad de consumo. Las ventas a plazos y la publicidad llenaron las casas de los nuevos electrodomésticos: frigoríficos, lavadoras, televisores (en 1969, el 62% de los hogares tenían televisor).
Una nueva sociedad de consumo, deseada e impulsada por los tecnócratas del desarrollismo estaba llevando a un alejamiento de los valores defendidos por las elites del régimen. Mientras la juventud iba adquiriendo costumbres, ropas, música y valores del extranjero, las clases dirigentes seguían sin comprender que no podían controlar el país como siempre lo habían hecho porque España ya no era la misma.
En los años sesenta la liberalización económica no supuso la apertura política. Franco no dio el menor síntoma de querer variar el férreo control político. La iglesia católica fue distanciándose del régimen. La renovación de la Iglesia con el Concilio Vaticano II supuso una grave quiebra de las relaciones entre el Vaticano y el estado hasta el punto de llegar a la ruptura de relaciones en 1970. Una parte importante de los miembros de Iglesia dejaron de apoyar al sistema franquista.
Otro frente fue el de los conflictos laborales. El sindicato clandestino Comisiones Obreras, de tendencia comunista fue infiltrándose en las negociaciones entre obreros y patronos. Desde 1961 se multiplicaron las huelgas, concentradas en los sectores punta del crecimiento industrial. Aunque en un primer momento, primaron los conflictos salariales y laborales, después se incorporaron protestas por faltas de libertad sindical. El ministro de trabajo, José Solís, permitió cierto margen de negociación colectiva entre patronos y obreros. Esta oportunidad fue aprovechada a partir de 1963 por los miembros de Comisiones Obreras (CC.OO.) para infiltrarse con gran eficacia, en las negociaciones y los sindicatos verticales del régimen.