Antonio Cánovas del Castillo fue el artífice de la Restauración borbónica y el ideólogo del sistema político de la Monarquía parlamentaria. Para ello Cánovas lo primero que hizo fue preparar el retorno a España y al trono de Alfonso XII (Borbón, hijo de Isabel II). Para ello había redactado y hecho firmar al príncipe Alfonso el Manifiesto de Sandhurst, en el que exponía al pueblo español sus ideales religiosos y sus propósitos conciliadores. Pero los militares se adelantaron y se pronunciaron en Sagunto donde el general Martínez Campos, proclamó rey de España a Alfonso XII. El nuevo sistema político ideado por Cánovas tenía por objetivo construir un sistema político estable y sólido que permitiera superar definitivamente el desorden y la inestabilidad que habían definido la política española en el XIX.
El modelo ideal de parlamentarismo era, para Cánovas, el británico. Se basaba en la existencia de dos grandes partidos que aceptaran turnarse en el poder, con el fin de evitar la atomización parlamentaria y garantizar las mayorías. Ambos debían aceptar pasar a la oposición si perdían la confianza regia y parlamentaria, y respetar la obra legislativa de sus antecesores. Se trataba, en definitiva, de aplicar la doctrina inglesa de la balanza de poderes, según la cual la estabilidad se basaba en el equilibrio de fuerzas opuestas de igual poder: Corona y Parlamento; partido gobernante y partido en la oposición. De este modo, el proyecto político de Cánovas tenía tres vértices: el Rey y las Cortes, como instituciones fundamentales legitimadas por la historia; el bipartidismo, como sistema idóneo de alternancia en el poder, y una Constitución moderada, como marco jurídico del sistema.
Para Cánovas, la historia había convertido al rey y a las Cortes en las dos instituciones fundamentales de España. Se retorna a los planteamientos del liberalismo doctrinario y su defensa de la soberanía compartida entre el rey y las Cortes, que constituían la base ideológica del antiguo Partido Moderado.
La plasmación jurídica del régimen de Cánovas se observa en la nueva Constitución de 1876. Se trata de una Constitución de carácter moderado y basada en lo esencial en la de 1845. Sin embargo, era una constitución elástica con un articulado poco preciso. Así podrían variar las leyes ordinarias sin tener que cambiar la Constitución, lo que ofrecía estabilidad al sistema político.
Cánovas una vez redactada la Constitución diseño, siguiendo el modelo inglés, un sistema bipartidista: su partido será el conservador y recoge la herencia de moderados y unionistas, apoyándose en las clases altas; y la herencia de los progresistas lo recogerá el partido liberal liderado por Práxedes Mateo Sagasta que será apoyado por la burguesía industrial y gran parte de la población urbana. Ambos líderes y ambos partidos son representantes de un eclecticismo político que permitirá establecer un turno pacífico. El resto de los partidos (carlistas, republicanos, etc.) pasan a formar la oposición del sistema de la Restauración. Cánovas además establece el "turno a la inglesa", por el que conservadores y liberales se turnan pacíficamente en el poder, con la finalidad de mantener una estabilidad política.
Sin embargo, todo el engranaje político ideado por Cánovas en realidad era una auténtica farsa. Las elecciones no funcionaban libremente, sino que eran siempre manejadas desde el poder y, en definitiva, el turno de partidos en el gobierno era pactado de antemano. Así, una vez acordado el cambio de gobierno se convocaban elecciones y se amañaban para que arrojaran resultados favorables al nuevo partido que iba a gobernar.
Para asegurarse los resultados electorales los dos partidos aceptaban el juego trucado de las elecciones. No obstante, aunque la opinión de los votantes no importaba la farsa debía venir legitimada a través del sufragio. Aquí intervenía un nuevo entramado de corrupción que tenía su protagonista en la figura del cacique. Los dos partidos tenían su propia red organizada para asegurarse los resultados electorales. Se trataba de una red piramidal: Oligarquía madrileña (altos cargos políticos), el gobernador civil en las capitales de provincia y, por último, los caciques locales en las comarcas, pueblos y aldeas. Dado el analfabetismo generalizado y el férreo control que los «caciques» y «notables» ejercían sobre los pueblos, conseguir el resultado pactado era bien sencillo, y de esta forma se obtenía, invariablemente, una holgada mayoría para el partido gobernante, que podía actuar así sin dificultad. El cacique era un personaje destacado en el pueblo o comarca rural que regula el movimiento político en su ámbito y controla los votos, a veces por métodos tan deshonestos como el “pucherazo”, definido por la Academia de la Lengua como “fraude electoral que consiste en computar votos no emitidos en la elección”.
En conclusión, el sistema político implantado por la Restauración era una fachada institucional para ocultar el verdadero control del poder por parte de una reducida oligarquía.