En la Cuba de mitad del siglo XIX existía un movimiento liberal de cierta importancia, compuesto por pequeños y medianos propietarios de tierras y clase media en general. En principio solo aspiraban a una mayor autonomía de la isla que les permitiera adoptar decisiones acordes con sus intereses, pero la insensibilidad española ante sus peticiones empujó a este sector del reformismo a la revolución independentista.
En 1868 se inició en Cuba la guerra de los Diez Años (con el “grito de Yara”). El gobierno intentó abolir la esclavitud y conceder reformas políticas pero los sectores económicos españoles con intereses en Cuba se negaron. Esta guerra acabó con la Paz de Zanjón ya en el periodo de la Restauración. En ella el gobierno español ofreció algunas concesiones a los rebeldes cubanos.
Sin embargo, la mayoría de los políticos españoles eran contrarios a conceder ningún tipo de autonomía a Cuba, ya que para ellos autonomía e independencia eran equivalentes. Tan tajante actitud provocó que disminuyeran cada vez más las filas de los partidarios cubanos de la autonomía y aumentaran las de los independentistas. Las tensiones aumentaron al hacerse patente la oposición cubana a los fuertes aranceles proteccionistas que España imponía para obstaculizar el comercio con Estados Unidos (principal comprador de productos cubanos).
Así, en 1895 estalló la revuelta bajo la dirección de José Martí, quien fundó el Partido Revolucionario Cubano. La insurrección comenzó en la parte oriental de la isla y entre sus dirigentes contó con Antonio Maceo y Máximo Gómez, que consiguieron extender el conflicto a la parte oriental. El gobierno (presido por Cánovas) respondió enviando el ejército bajo el mando de Martínez Campos. La falta de éxitos decidió el relevo de Martínez Campos por Valeriano Weyler, representante de la línea dura, cuyo objetivo era la victoria militar sin negociaciones. La dificultad de proveer de alimentos y asistencia médica produjo una elevada mortalidad civil y militar.
El nuevo gobierno liberal decidió probar una estrategia de conciliación y negociación, concediendo a Cuba la autonomía, el sufragio universal, la igualdad de derechos y la autonomía arancelaria. Pero las reformas eran tardías y los independentistas (apoyados por EE UU) se negaron a aceptar el fin de las hostilidades. La clave del conflicto fue la intervención de Estados Unidos, cuyos intereses económicos en la isla desempeñaron un papel de primer orden. Finalmente, tuvo lugar la voladura del acorazado Maine en 1898. Enviado a la bahía de la Habana con el fin de proteger a los residentes estadounidenses en Cuba, explotó en extrañas circunstancias; con este pretexto, Estados Unidos declaró la guerra a España (a la que responsabilizaba del suceso). Los motivos que explican este proyecto expansionista estadounidense son:
- El interés económico en las minas y en las plantaciones de azúcar cubanas.
- El interés geoestratégico en afianzar el control militar sobre el mar Caribe.
La flota española fue aniquilada en Santiago de Cuba, mientras tropas estadounidenses invadían Cuba y Puerto Rico. La guerra fue un paseo militar para EEUU y la armada española quedó destruida. Durante el conflicto bélico EEUU conquistó las colonias españolas de Puerto Rico, que sirvió de excelente base militar y Filipinas donde encontraron un centro de operaciones para penetrar en los nuevos mercados de Asia.
En diciembre de 1898 se firma el Acuerdo de Paz de París entre España y EEUU. Según el contenido de este tratado, España cedió a EEUU la isla de Puerto Rico (actualmente "estado asociado" de EEUU) y Filipinas. Por otra parte, Cuba alcanzó la independencia, aunque de hecho quedó bajo "protección" estadounidense hasta mediados del siglo XX.
El Tratado de París representó, al mismo tiempo, el primer capítulo del colonialismo estadounidense y el último del colonialismo español en América y el Pacífico. Además las pérdidas humanas para España se elevaron a 230.000 soldados, todos ellos reclutados entre las clases trabajadoras por el sistema de cuota: los jóvenes llamados a quintas podían librarse del servicio militar si pagaban una elevada cantidad de dinero o cuota en concepto de redención o si retribuían a un sustituto. De aquí la enorme trascendencia emocional que tuvo la crisis de 1898.