Durante el reinado de Felipe IV (1621-1665), su valido el Conde-Duque de Olivares reorientó su política interior y exterior hacia una implicación mucho mayor en los asuntos europeos. Olivares llegó al poder con un verdadero proyecto político: el reforzamiento y renovación de la hegemonía española para lo cual era necesario una intervención decidida en los asuntos europeos.
A. Causas de la Guerra de los Treinta Años
El Conde-Duque de Olivares puso a prueba su nueva política en la guerra de los Treinta Años (1618-1648). Esta guerra es el gran conflicto que se inició como un conflicto exclusivamente alemán, entre protestantes y católicos liderados por el emperador Fernando II, católico intransigente de la dinastía de los Habsburgo en Austria. El conflicto derivó en una guerra religión entre católicos (agrupados en la Liga Católica) y protestantes (agrupados en la Unión Evangélica) y acabó convirtiéndose en una guerra general cuando intervienen España, los Países Bajos, Dinamarca, Suecia y Francia, que a pesar de ser una monarquía católica no tuvo escrúpulos en aliarse con los protestantes alemanes y holandeses. La Guerra de los Treinta Años aunque empezó siendo un conflicto religioso, termina siendo una lucha por la hegemonía europea, que hasta ahora habían ostentando los Habsburgo. Confluyen en ella las tensiones existentes entre las naciones católicas y las reformadas, entre los príncipes alemanes y el emperador (recuérdese que era un Habsburgo y, por tanto, católico), entre los Habsburgo y la dinastía francesa regida por los Borbones.
En realidad, durante la Guerra de los Treinta Años se enfrentaron dos concepciones de Europa.
- Los Habsburgo de España y Alemania representaban una visión tradicional. Querían imponer la reforma católica y la validez de la idea imperial: Europa unida por una fe y bajo un emperador.
- Frente a esta visión, los países protestantes del Norte y la católica Francia, principalmente querían un ordenamiento nuevo, basado en las ideas renacentistas: individualismo, racionalismo y triunfo de un incipiente nacionalismo. Es decir, Europa dividida en una serie de Estados soberanos que fueran independientes entre sí.
Ambas concepciones eran irreconciliables. El Conde-Duque de Olivares no pretendía una política de conquistas y agresiones, pero sí deseaba que se reconociera el papel preponderante de la Monarquía española en el conjunto europeo.
Los inicios de la guerra fueron favorables a las tropas católicas hispano-austriacas (Breda). Pero pronto la situación interna de la monarquía española se agravó, no ya sólo en lo demográfico y económico, sino también en lo político con una serie de revueltas internas ocasionadas por el Decreto de Unión de Armas (Cataluña, Portugal, etc.). Así, en poco tiempo las tropas protestantes pasaron a la ofensiva. Además la Francia del cardenal Richelieu se alió con los protestantes y terminó derrotando a las tropas españolas en la batalla de las Dunas y en Rocroi.
B. Consecuencias de la Guerra de los Treinta Años
La guerra de los Treinta Años acabó finalmente con la Paz de Westfalia (1648), que tuvo para España dos consecuencias importantes:
- El reconocimiento de la independencia definitiva de las Provincias Unidas (Holanda), aunque los Países Bajos católicos siguieron bajo la dominación de la monarquía española.
- La pérdida de la hegemonía en Europa. En su lugar Francia se erigió como la nueva potencia europea.
España continuó la guerra en solitario contra Francia hasta la Paz de los Pirineos (1659), que confirmó el declive de la monarquía hispánica y supuso la cesión a Francia del Rosellón y la Cerdaña y que las mercancías francesas tuvieran paso libre en nuestro territorio.
En conclusión, en Westfalia termina la contienda nacida en el siglo anterior con la Reforma luterana. Los protestantes adquieren definitivamente, en sus estados, completa soberanía. El ideal de Carlos I de una Cristiandad unida ha muerto. Nace la Europa moderna, conjunto de naciones en que predominan las del norte, y que están unidas por el común acatamiento a valores nuevos: laicización del pensamiento, confianza en la razón y en la ciencia, en lo que se llamará en el siglo siguiente el progreso y la civilización. En los asuntos internos el reinado de Felipe IV dejó arruinado al país en un estado de agotamiento económico y postración.